LA ATLÁNTIDA EN DOÑANA

mayo 2nd, 20115:13 pm

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Por Héctor Rodríguez Castillo.

National Geographic ha emitido recientemente el documental “Finding Atlantis”, en el que se relata la búsqueda de la Atlantida en las marismas de Doñana. Ya a mediados de 2007 había aparecido la noticia de que un alemán había detectado, en fotos por satélite de la marisma de Hinojos, los posibles restos de un templo o una serie de construcciones rectangulares que se habían relacionado con la Atlántida; utilizando Google Earth, también el investigador cubano Díaz-Montexano había llegado a la misma conclusión. Esos primeros indicios desembocaron en la formación de un equipo que, financiado por National Geographic, debió de ponerse manos a la obra. Sin embargo, en el documental, tal y como está planteado, hay cosas que no encajan y que llevan cierto marchamo de no sólo no valorar verdaderamente la posibilidad real de ese hallazgo, sino de desacreditar por completo la idea misma. Lo que nos lleva a creer esto es la confusión que en dicho documental se da entre la Atlántida y Tartessos, confusión que ninguno de los arqueólogos que en el pasado buscaron allí los restos de civilizaciones antiguas cometieron. Adolf Schulten y George Bonsor, citados en el documental, jamás confundieron la ciudad de la Atlántida descrita en el Critias de Platón con la ciudad de Tartessos que buscaban, y mucho menos plantearon la identidad de ambas que deliberadamente plantea National Geographic. ¿Error de bulto o búsqueda deliberada del fracaso y de la publicidad?
Lo cierto es que Platón lo más que llega a plantear, que no es poco, en relación con Doñana, es que una parte del continente, o sea, una parte de la Atlántida, la más oriental, fue cedida por Poseidón al hermano gemelo de Atlas. Y esta región, situada frente a las “Columnas de Hércules”, era llamada Gadeiros. Atlas, por su parte, quedaba como rey del continente, y bajo su dominio quedaba la famosa capital descrita en el diálogo Critias. Atlas y su gemelo fueron los primeros de los cinco pares de hijos habidos del Dios Poseidón con la mortal Clímene.
Sobre el papel, el primer erudito que, emulando al reciente descubridor de Troya, trató el mito como verdadera fuente documental dotada de valor histórico fue Adolf Schulten, a finales del siglo XIX y principios del XX. A continuación narraremos lo que sí se puede hallar en Doñana y por qué merece la pena la búsqueda en esa zona. Lo que Schulten buscaba, armado con un verdadero arsenal de textos clásicos, era la ciudad de Tartessos: la ciudad capital de un imperio que había comerciado con el rey Salomón, la ciudad y el imperio que en la Biblia aparecen como Tharsis. Schulten sostenía la idea, hoy ampliamente difundida, de la identidad de ambos términos y hacía de Tartessos un reino próspero nacido de la influencia de colonizadores orientales en época temprana, lo que el llamaba “pre-colonización”. Llevado de esta certeza, empeñó buena parte de su prestigio en la búsqueda de la ciudad de Tartessos que él, basándose en las descripciones y periplos de los geógrafos e historiadores antiguos, situaba en Doñana, concretamente en el llamado “Cerro del trigo” y en las inmediaciones del “Palacio de Doñana”, lugares en los que, recabando la ayuda de los potentados locales, logró excavar ayudado por Georges Bonsor.
En esta aventura, Schulten estaba comprometido hasta el tuétano, se dice que hasta el punto de hacer que le enviasen su anillo de boda hasta el cerro. Mientras Schulten era el dominador de los textos clásicos, Bonsor era el arqueólogo de vocación, el francés que, llegado a España, como tantos otros, contratado por las empresas mineras sitas por aquel tiempo en Andalucía, se enamoró de la riqueza de la región y emprendió sus propias excavaciones en Carmona, Los Alcores, Setefilla… todas dando a luz excepcionales yacimientos y necrópolis que le apadrinaron como “padre de la arqueología española”, junto a los hermanos Siret. Ambos, alemán y francés, llegaron a un país donde el interés por los estudios históricos en este área prácticamente no existía, y menos aún la infraestructura mínima administrativa a la que acudir para financiar y plantear nuevas expediciones, por lo que éstas tuvieron que hacerse a base de contactos y clientelas.
Pero las excavaciones, precarias, de Bonsor y Schulten se encontraron, además de con la falta de medios, con dificultades insalvables, entre ellas el agua, que a pocos metros de profundidad se filtraba en abundancia haciendo imposible cualquier tipo de trabajo, y así mismo la arena fina y resbaladiza, y la potencia con que se hallaba depositada. De tal forma que Schulten se fue con las manos vacías. Schulten había utilizado el mito de la Atlántida para situar Tartessos, y relacionaba indudablemente ambas realidades. Pero nunca él ni ninguno de los muchos que le han seguido confundieron jamás una cosa con otra.
¿Cuál es entonces la relación de la Atlántida con Tartessos? ¿Qué podemos encontrar en Doñana? La línea que parece más atractiva, fuera de todo aquello que la historiografía convencional pueda dar por bueno, es la de una posible colonización de estas regiones por poblaciones del continente atlántico antes incluso de que éste se hundiera. Toda la fachada atlántica de las actuales Europa y África debieron de estar en relación con el gran continente, y aun muchos lugares del interior. Tras el hundimiento seguiría una dispersión de los supervivientes, seguramente organizados en clanes o grupos; esta diáspora sería el germen de núcleos de población nuevos y habría que relacionarlas con la llegada de civilizadores por mar, que existen no solo en las mitologías europeas, sino también en las americanas. Uno de estos grupos estaría en la base de lo que con el tiempo llegaría a ser el gran reino de Tartessos. Otros llegarían a Egipto y otros, en fin, más lejos aún, al Cáucaso o al Tíbet. Pero todos en esa franja templada que, por entonces, debía de quedar al sur de los hielos.
Estos enclaves, parece, se organizaron al modo de colmenas, sistemas matriarcales que se iban dividiendo a medida que crecían. De esta forma la “colmena” atlántica tenía su capital en Tartessos, pero extendía su familiaridad por toda la cornisa atlántica hasta Irlanda y Gran Bretaña e incluso llegaba al río Rin en Alemania y más allá, en una descripción que ya sugería documentalmente Schulten, pero que ha confirmado la arqueología moderna en muchos puntos. Por el otro lado, por el del mar interior, dominaba el triángulo que la unía con Sicilia y con la desembocadura del Ródano en las proximidades de Marsella, triángulo cuyo centro es la isla de Menorca.
Como nos advierte Platón, no debemos tomar el último de los cataclismos históricos sino como hito para la fase final de una historia que se remonta mucho más atrás de lo que podamos imaginarnos. Para hacernos una idea, la fecha aproximada en la que se organiza la fase previa de Tartessos o “pre-Tartessos” sería en torno al 50.000 a.C., fecha en la que llegan al Norte de África las primeras migraciones de seres humanos modernos, que desplazarán a los Neandertales, cuya desaparición final, más tardía en estas regiones, se da hacia el 25.000 a.C. Estos movimientos de gentes pueden, o quizá deban, ponerse en relación con los grandes cambios climáticos que desecaron el Sahara (y éstos, posiblemente también, con los cambios a largo plazo que acabaron por hundir el continente atlante).
En definitiva, ¿qué podemos hallar en Doñana? Sin duda alguna no una sola cosa, sino una arqueología completa llamada a retrasar la cronología del mundo en miles y miles de años. Una arqueología nueva que desbarate el mito al que el mismo Schulten, descubridor de la noción de Tartesos en España, estaba sujeto. El mito de que ex Oriente lux, que de Oriente llegó la civilización. Ese es el mito que debe desmontar la arqueología, inexistente aún, de Doñana, y lo que hará de este parque no solo una de las reservas naturales de referencia, sino uno de los parques arqueológicos más importantes del mundo. Y esta posibilidad es la que debemos preservar y cuidar, sin miedo y sin complejos, ante quienes de manera oscura y confusa vienen a no-se-sabe-muy-bien-qué, con mucho dinero y sin que nadie controle verdaderamente lo que sacan del suelo. Con tal despliegue de tecnología, es obvio que nadie viene, precisamente, a buscar la Atlántida en Doñana, que todos sabemos que no se puede hallar allí.

Héctor Rodríguez es historiador, autor de Los monasterios dúplices en Galicia en la Alta Edad Media, ed. Toxosoutos.