El empeño de los hombres de pro del Madrid de hoy está centrado en desenterrar sus huesos, Don Miguel de Cervantes. Dar por fin con ellos, enmarcando el hallazgo en un cuadro de éxito obtenido por la persistente investigación, y certificar procedencia ósea, son propósitos que pretenden dar constancia de lo que constituyó cuerpo de genialidad Cervantina. Pero, ¿dónde queda vuestro real propósito de realzar la feminidad de la mujer, de mostrar al mundo el aspecto “dulce” de lo femenino, de apostar incondicionalmente por la aventura de experiencias, por la aventura de pensamiento, como modo de romper el tan traído y llevado “modelo” del impertérrito patriarcado?
Atrás, casi en olvido, queda la renombrada leyenda del último héroe del matriarcado de Troya, Eneas, que sin descanso busca lugar dónde poner en práctica su delicado sentido del afecto femenino. Atrás, trocado en confusión, casi no recordamos lo que significa ser una Dama, una dulce Enea… Dulcinea del Toboso sigue en encantamiento mantenido, han robado su canto, silenciado su voz, y enmudecido su gracia al propagar la chanza de Aldonza Lorenzo.
Mi querido señor Don Quijote de la Mancha, cierto es que después de todas tus andanzas y empeños por deshacer tuertos, aún quedaban curas, canónigos, barberos, cuadrilleros… pero no es menos cierto que también en nuestros días siguen abundando los Vicentes, Eugenios, Anselmos, y jóvenes Leandras pretendiendo conseguir de la distracción, “amor”; y esto sí que es un gran imposible de rematada locura sólo sostenida por la soberbia de la ignorancia.
Cervantes termina su primer libro pintando, como si de un cuadro se tratara, los típicos actores y estados de consciencia más elementales, burdos, vulgares, y de bajas tendencias a las que la sociedad y el hombre se hallan expuestos en un modo de sentido común, sin que reparemos realmente en ello, pues la inercia de la costumbre, el estado normalizador y normalizante de las estructuras que nos envuelven, y la “querencia” de nuestros mediocres y mezquinos deseos de subsistencia, dan como resultado situaciones y experiencias que nos ligan y atan a un proceso de desarrollo evolutivo lento, y aún muy lastrado por los ordenes institucionales y formas de vivir la cotidianidad que se han establecido, y consolidado como estables ….
Los figurantes del cuadro vienen a representar todos esos tipos y prototípicos personajes que en siendo bien vistos y considerados socialmente, son sin embargo los que más detienen el proceso de desarrollo del hombre y el hacer de la cultura, porque, en definitiva, están impidiendo cualquier sueño poético del hombre, y no buscan desencantar a Dulcinea, sino todo lo contrario, seguir cubriéndola con mezquinos enredos y envoltorios, para así dificultar aún más el poder contemplar su dulce belleza y sus vestidos de color malva.
El relato de Cervantes, en este trayecto y al final de su primer libro, después de tantos otros que se han recorrido, parece llamar poco la atención, y el lector viene a concluir fácilmente con el final de las aventuras en un tramo aparentemente sin especial importancia, puesto que es el regreso a casa conducido por el cura y el barbero, y un añadido canónigo, que han decidido, aprovechando del encantamiento de todas las cosas que a Don Quijote rodean, enjaularle y montarle en carreta de bueyes. ¿A caso cabe encantamiento menos noble para un caballero?
Así parece que las aventuras se vienen a dar como por concluidas. Pero esta sería una pobre lectura y corto entendimiento de lo que Cervantes quiere dejar bien sentado, en el tramo final de su primer libro, en lo tocante a Don Quijote y lo que le ha sucedido y sigue sucediéndole, por parte de una especie de perseguidor que no ceja ni aun después de “hacer presa”.
La realidad que manifiesta en estos dos últimos capítulos es tan “normal y cotidiana” que no llama especialmente la atención, y al considerarse igual de correcta y razonablemente comprensible también en nuestros días, seguimos considerando como normal lo que ocurre, y nos parece muy de “sentido común”. Sin embargo, la intención de Cervantes es la de poner el dedo en la llaga de modo claro y rotundo, sin admitir concesiones, al rematar las andanzas de Don Quijote en consideración de cómo y en qué momento se halla el desarrollo del hombre y la consideración del estado de la sociedad en la que nos encontramos.
Descubre cómo los estados ligados a la mera subsistencia generan “rancias costumbres” que se valoran muchísimo en una sociedad que no practica trabajo de cultura, y que por el contrario señala y marca llamando sucio y manchao a todo aquello que no conviene. Una sociedad que, anclada en lo llamado “normal”, tiene grandísima dificultad para salir de ésa, pues al no practicarse cultivo de cultura no se consideran otras opciones de formas de vida que rompan creencias que encadenan.
Un cura, un barbero y un canónigo, con su respectiva servidumbre, acompañan a Don Quijote, le conducen por el camino de la normalidad hacia su casa. Ellos, gente situada en un buen estamento social, de normal credo y religión, le guían de vuelta hacia el corriente pueblo de la Mancha, alejándole de la aventura del Héroe que todo Caballero Andante persigue, y que debiera anhelar todo hombre. Van al lugar donde la “razón” impera, lugar de importancia de razas, de dominio concluyente en lo que debe ser el “razonable buen quehacer”, que ha quedado grabado en los caminos que rodean la realidad de la norma, y que inscrito, una y otra vez en las mentes de las personas, logran el normal comportamiento de éstas.
Y así, asistido por tan nombrada, elemental y normal compañía, que ha preparado comida campestre sobre mantel, allá donde Don Quijote se halla, llega un cabrero persiguiendo a su cabra. ….
”Y, estando comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venía un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y, asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo:
¡Ah cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo! ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? Mas ¡qué puede ser sino que sois hembra, y no podéis estar sosegada; que mal haya vuestra condición, y la de todas aquellas a quien imitáis! Volved, volved, amiga; que si no tan contenta, a lo menos, estaréis más segura en vuestro aprisco, o con vuestras compañeras; que si vos que las habéis de guardar y encaminar andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?
Contento dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron, especialmente al canónigo…..”
Un cabrero, a quien Cervantes pone el nombre de Eugenio, narrará lo que a él, así como a su convecino Anselmo, sucedió en su pueblo cuando solicitado habían la mano de Leandra, y un joven de los Tercios, llamado Vicente, la cautiva y juntos huyen.
Cervantes juega una vez más con el significado de los nombres propios, aportando con ello parte del entendimiento que de manera simbólica y en forma de clave hemos de conjugar.
Cerrera de apodo, y Manchada de nombre, es la referencia de una hermosa cabra que muestra en su piel el blanco, negro y pardo. Para el llamado Eugenio viene a representar la consideración de la condición de la mujer, que, siguiendo el legado del modelo patriarcal, denosta, y en cierto sentido desprecia y maldice esa condición de lo femenino.
Pero para Cervantes, la mujer viene a ser también un ser de la Mancha, del lugar donde lo “modélico” te marca y te define despectivamente como el sucio manchado si no respondes al modelo. Una Manchada dispuesta a la aventura, al cambio, abierta a las miles de sensaciones que recorren su cuerpo, dispuesta a dejarse llevar por pensamientos irracionales en los que, sin embargo, la emoción y el sentimiento estén presentes. Una Manchada que necesita recorrer los cerros de la tierra para desde allí vislumbrar mejor los valles..Es el paradigma de la feminidad, tan mal soportada, tan aislada y vejada por el estado de la realidad social y política, el que se pone en juego.
Eugenio, aquel que es portador de gen, de la genética que se actualiza, y también de los modos de hacer que generacionalmente se trasmiten, desgraciadamente solamente piensa en mantener el “aprisco cerrado con las cabras dentro”. Eugenio se ha convertido en vigilante de la cabra Manchada, el guardián de un ganado que no se deja estabular, y por tanto crea problemas al orden establecido. Eugenio, como personaje prototípico, muestra acomodo y dice ser de “buen parecer”, con posibles y de aceptación social… y todo lo cual lo deposita para el logro de una “esposa”; y de modo “razonablemente respetuoso” juzga que ha de ser Leandra quien manifieste elección entre él y Anselmo, otro convecino también de hacienda, y aunque de adversario en la conquista de una mujer se trata, entiende, que sea cual sea la decisión de Leandra, ésta ha de ser bien aceptada puesto que en ambos casos se obtendrá familia de buen “partido”, con posibles para asegurar subsistencia y un mantenimiento modélico.
Tremendamente demoledora es la conclusión cervantina acerca del hombre que carente de aventura es incapaz de enamorarse, y en empleo de justificada razón arguye el “buen estado por condición social”.
Ni Cervantes, ni Don Quijote soportan a éste comedido y moldeado personaje llamado Eugenio que es incapaz de sentir enamoramiento, que niega la aventura y carece de sueño de futuro, y maldice del espíritu de lo femenino. Tan es así que el intachable y honorable Don Quijote, quien a todos concede respeto y nueva oportunidad, porque de su profesión obligado es favorecer a los desvalidos y menesterosos, enderezar tuertos y buscar amparo para las doncellas, habiendo escuchado la respuesta despectiva y maliciosa del incrédulo Eugenio, no le queda otra que llamarle bellaco, vacío, menguado, y nacido de hideputa, al tiempo que estampa sobre sus narices una hogaza de pan; seguidamente ambos se enzarzan en pelea cerrada que sus acompañantes contemplan con alborozo, como si de dos perros de presa se tratara, a quien se les azuza para mayor disfrute de espectadores. Es una escena tremendamente dramática que manifiesta la crueldad del hombre, y el manifiesto grado de insensibilidad que anida en la gente que precisamente es guardiana y garante del “modelo”. Buscar disfrute a través de la riña y pelea que se produce entre dos personas va más allá de la bellaquería, es simplemente un acto de bestias.
Y el caballero de la Triste Figura, envuelto en tal ruido y desmadre, no acierta a oír la llamada que deshaga la pelea, hasta que de pronto suenan las trompetas de los suplicantes. Y entonces sí, entonces se desliga de su enemigo, porque en ese momento entiende que el suceso de llamada de trompeta es prioritario…Unos descomedidos malandrines vestidos de blanco y en son de suplicantes han hecho su aparición. ¡Súplica de demanda, súplica de petición exigente a Dios! Qué gran desmán, qué atrevimiento, qué osadía más mezquina pretender en rogativa que dios solucione la “sequía” de esos hombres. Hombres suplicantes, hombres como fetiches prestos siempre a adorar becerros de oro… A Dios, en hora de aurora, se le da gracias por el sol del nuevo día, pero ¿ pedir ?, ¿ rogar en procesión portando la Dama secuestrada?; ¡¿ Qué es esta nueva barbarie que azota tierras de la Mancha ?! Y sin pensárselo dos veces, allá irá Don Quijote nuevamente para desfacer el tuerto de la noble dama secuestrada y vestida de luto, y aún más, utilizada para rogar, para pedir a Dios… ¡ Mal haya!, que un vil garrotazo tumbó al caballero de la Triste Figura y el mundo se quedó con la súplica de los suplicantes y sin nadie que enfrente y denuncie tal osado y ruin parecer.
Al fondo del cuadro, sin querer relatar, Cervantes sitúa al compañero de Eugenio. Un tal Anselmo (… el protegido de los dioses…), es nombrado en el relato como pastor de ovejas, pero no tiene desarrollo de acción. Conforma parte, sin embargo, de lo trinitario en los nombres: Eugenio, Anselmo, y Vicente…, y esto es también una estimación que en Cervantes no parece caprichosa…
Leandra, la parte femenina del antropos, esa joven en edad de merecimiento, en tiempo de adquirir presencia en el mundo social, en el momento de comenzar a manifestar que es dama, mujer en la tierra alzada, es solicitada a su padre como si de una cualquier otra cosa se pudiera tratar en un mercado de bienes que se lleva quien convenga. Se anuncia Leandra en matrimonio de conveniencia, en matrimonio de compra-venta, y dos son los personajes, de familias acomodadas, que por ella pujan: Eugenio, aquel que es portador del “gen”, y Anselmo, el llamado protegido de los dioses, que manifiesta parecer incierto.
Leandra se halla presta a dejarse cautivar, querer, enamorar… rondar. Y será un personaje llegado de fuera, venido a más, vencedor en empleo de “formas sociales” quien obnubilará a Leandra. Vicente, el vencedor, es el prototipo de varón bien parecido, apuesto y con imagen, con buena presencia y verbo fluido para con-vencer, para hacerse notar como personaje de aventuras, y dícese con recorrido de mundo, pues proviene de Nápoles, de andar con los ejércitos del imperio. Vicente es varón viajado, ilustrado por sus recorridos mundanos, interpreta música mundana al son de rasgada guitarra en entretenimiento, y habla y cuenta y relata historias de las de mentira…Viste elegancias impostadas con el fin de engañar al mundo y darse bombo, protagonismo de ser victorioso. Este tal Vicente es como alma sin sueño, persona hueca, huero, pájaro con plumas postizas de color, pero sin canto de ruiseñor.
Leandra cobra ilusión y huye con él, con el convincente Vicente, buscando aventura, un sueño en el que hallar felicida. Pero Leandra también es una ilusa, carece de poso de formación, de estado de no confusión, confunde al truhán con un caballero, y los oropeles nublan su entendimiento.
Por eso, Cervantes, sin contemplación alguna, la dejará “tirada” en una cueva con la ropa rasgada, hecha girones, y rodeada de sus joyas pero con el ánimo gastado …porque es en la cueva de la copa ,cueva de tierra y madre, donde el hombre ha de hallar la identidad, ha de saber del encuentro con sus estructuras mineralógicas, ordenar sus ropas, sus nudos y des-nudos, colocar en sus lugar las cosas de tierra para que las del aire surjan al vuelo. Leandra, la dama del deseo, del buen parecer social, puestecita y dispuesta a romper con lo tradicional, con el estaticismo costumbrista de relaciones, pero sin formación, sin saber qué categoría porta el amor, ni de sus aventuras, ni logros; por eso es engañada, porque la impostura y el engaño están en ella , anidan en ella… busca un modo de gloria y de felicidad que no puede hallar sin antes trabajar en la cueva donde habitan los sueños del futuro.
Goyo Rodríguez
julio 7th, 2014 → 6:47 am
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