AVES, CERDOS, NIÑOS

junio 22nd, 20125:06 am

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A pesar de que la industria farmacéutica realiza avances cada vez más depurados en favor de la medicina, sus intereses económicos son ilimitadamente ambiciosos y, como tal, favorecen y promocionan exclusivamente los tratamientos quimioterapéuticos para los llamados problemas mentales. El DSM y la CIE, compendios de clasificación de enfermedades publicadas respectivamente por la APA (American Psychiatric Association) y la OMS (Organización Mundial de la Salud), son la biblia de muchos psicólogos y psiquiatras. Ambas entidades están cada vez más cuestionadas como “vendidas” a los intereses de la industria farmacéutica. Aún recordamos el caso de la casi inexistente “gripe aviar” y está aún mucho más fresco (2009) el descomunal escándalo de la famosa gripe porcina o virus A N1H1. Gracias a la apocalíptica campaña de alarma de pandemia que lanzó este máximo organismo mundial (las previsiones más pesimistas de la OMS hablaban de 150 millones de muertos), los lobbies de la industria farmacéutica vendieron a los gobiernos millones y millones de vacunas innecesarias y, lo que es peor, peligrosas para la salud (autismo y parálisis infantil).
De hecho, las nuevas reediciones o actualizaciones del DSM, el DSM-V, actualmente en fase de redacción, están siendo ampliamente contestadas. Porque introducen:
Nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente comunes en la población general (especialmente después del marketing de una siempre alerta industria farmacéutica).
Umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes.
El DSM-V podría crear decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes “falsos positivos” exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental, con el resultado de que el concepto central de “trastorno mental” resulta enormemente indeterminado.
Entre ellas el síndrome de riesgo de psicosis, “ciertamente la más preocupante de las sugerencias hechas para el DSM-V. La tasa de falsos positivos sería alarmante, del 70 al 75% en la mayoría de los estudios más cuidadosos”. O el trastorno mixto de ansiedad depresiva, “que toca síntomas no específicos ampliamente distribuidos en la población general y podría, de ahí en más, convertirse inmediatamente en uno de los más comunes de los desórdenes mentales.” O el trastorno cognitivo menor, “definido por síntomas inespecíficos de desempeño cognitivo reducido, que son muy comunes (quizás hasta ubicuos) en personas de más de 50 años.”

Niños difíciles
Veamos otro espinoso ejemplo, relacionado además con el delicado tema de la infancia: el TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad), se supone que es una enfermedad neurológica de tipo genético que se diagnostica a un número cada vez más elevado de niños considerados como “difíciles”, es decir, a los que antiguamente se les llamaba inquietos, muy activos, o simplemente traviesos (“más dificultad para concentrarse, controlar sus acciones y quedarse más quieto o callado que otras personas de la misma edad” ), sobrepasando el 10 % de la población infantil del mundo occidental. Para su “readaptación” se prescriben unos conocidos medicamentos a base de metilfenidato, que a la postre no son más que una potente “cocaína pediátrica” (nombre dado por algunos psiquiatras y pedagogos firmemente opuestos a la medicalización de la infancia ). Todo el mundo queda contento: los padres descargados de toda responsabilidad sobre la conducta inquieta y desconcentrada de su hijo, y además satisfechos de sus buenas notas y de una nueva vida más apacible en el hogar, los profesores libres de un problema de descontrol en la clase, a la que acaba de ingresar un alumno modélico, el niño dopado y feliz con sus buenas calificaciones y la ausencia de líos y de broncas…
Sólo que tiene sobre sí la amenaza de enormes efectos secundarios. Por la importancia que está tomando esta cuestión, sintetizo aquí los potenciales síntomas asociados al metilfenidato, extraídos de la nada sospechosa página de la US National Institutes of Health:
En primer lugar, problemas de adicción. Después una larga lista de efectos, como nerviosismo, dificultad para dormir o para permanecer dormido, mareos, náuseas, vómitos, pérdida del apetito, dolor de estómago, diarrea, acidez estomacal, sequedad en la boca, dolor de cabeza, rigidez muscular, movimientos incontrolables de alguna parte del cuerpo, intranquilidad, entumecimiento, ardor u hormigueo en las manos o los pies… A continuación la página advierte:
“Algunos efectos secundarios pueden ser graves. Si tiene alguno de los siguientes síntomas, llame a su médico de inmediato: latidos cardíacos rápidos, fuertes o irregulares, dolor en el pecho, falta de aire, cansancio excesivo, dificultad o lentitud para hablar, desvanecimiento, debilidad o entumecimiento del brazo o la pierna, convulsiones, cambios en la visión o visión borrosa, agitación, creer cosas que no son ciertas, sospechar de los demás en una forma inusual, alucinaciones (ver cosas o escuchar voces que no existen), tics motrices o tics verbales, depresión, estado de ánimo anormalmente excitado, cambios en el estado de ánimo, fiebre, urticaria, sarpullido, ampollas o descamación de la piel, comezón, dificultad para respirar o tragar
El metilfenidato puede provocar muerte súbita en niños y adolescentes, especialmente en aquellos que tienen defectos cardíacos o problemas graves del corazón. (…) El metilfenidato puede hacer más lento el crecimiento y el aumento de peso en los niños. El médico de su hijo deberá vigilar estrechamente el crecimiento del niño. Hable con el médico de su hijo si tiene inquietudes sobre el crecimiento o el aumento de peso del niño mientras está tomando este medicamento. Consulte al médico de su hijo sobre los riesgos de darle metilfenidato a su hijo.”
Hartos de preguntarnos ¿en manos de quién está nuestro dinero?, ¿en manos de quién está nuestra idea de la justicia?, o ¿en manos de quién está nuestra capacidad de convivencia?, todavía tenemos que preguntarnos algo más: ¿En manos de quién está nuestra salud?

Miguel Ángel Mendo, psicólogo y escritor.